Por Mirko Lauer
Descubrir que un hombre de Vladimiro Montesinos es candidato de Keiko Fujimori en Puno no debería sorprendernos. La divisoria entre los dos sectores que nos propone Fuerza 2011 es una línea muy imaginaria, y la expresión fujimontesinismo conserva toda su vigencia. Con un decenio de estrecha colaboración, no puede ser de otra manera.
Si queremos asumir una perspectiva benévola, los fujimoristas electorales de hoy sinceramente quieren vivir separados de su pasado montesinista, pero este no se lo permite. Pero eso plantea la pregunta sobre cómo están haciendo para diferenciarse los unos de los otros. No haber sido filmado en la salita del SIN no basta.
Una parte del problema está en que el fujimorismo nunca hizo un verdadero deslinde en la práctica. La versión de que la candidata le transmitía a su papá quejas sobre el asesor no tiene mucho sentido, puesto que todo el tinglado de ese gobierno se asentaba sobre un andamiaje controlado por Montesinos, primera dama interina incluida.
La otra parte del problema está en que los éxitos que la candidata reclama para el gobierno de su padre no tienen manera de ser diferenciados de la intensa asesoría de Montesinos. La propuesta de que lo bueno lo hizo Alberto Fujimori y lo malo lo hizo Montesinos es, por decir lo menos, risible. Mismos ternos & corbatas, mismas actuaciones.
La diferenciación práctica entre quiénes eran gente de Montesinos y quiénes no, nunca se hizo. En parte porque no era, y todavía no es, un ejercicio fácil de realizar. En parte porque no había muchas ganas de hacerlo. El asesor, como acaba de decirlo hace poco, es el cajero privilegiado de la memoria secreta del fujimorismo.
El intento de tomar distancia de Montesinos ha obedecido al doble propósito de limpiar la imagen, es decir ganar adeptos, y mejorar las condiciones judiciales. Pero la distancia nunca fue realmente tomada, más allá de la ocasional y cuidadosa declaración al paso. Ni pensar en un comunicado de deslinde con firmas en esta campaña.
Debemos pensar, entonces, que los votos intencionales de la candidata fujimorista incorporan un porcentaje de simpatizantes del montesinismo, gente que en general sigue las propuestas de extrema derecha. Dicho de otra manera, no se pierde votos poniendo a un calificado montesinista a competir por una curul en Puno.
¿Cómo describir a esta persona? ¿Un topo montesinista que se coló por el proceso de selección? ¿Un montesinista altiplánico reformado? Cabe preguntarse cuántos más de estos hay en el organigrama fujimorista hoy, lo cual vuelve a las inminentes hojas de vida de esta lista parlamentaria documentos de particular interés.
Descubrir que un hombre de Vladimiro Montesinos es candidato de Keiko Fujimori en Puno no debería sorprendernos. La divisoria entre los dos sectores que nos propone Fuerza 2011 es una línea muy imaginaria, y la expresión fujimontesinismo conserva toda su vigencia. Con un decenio de estrecha colaboración, no puede ser de otra manera.
Si queremos asumir una perspectiva benévola, los fujimoristas electorales de hoy sinceramente quieren vivir separados de su pasado montesinista, pero este no se lo permite. Pero eso plantea la pregunta sobre cómo están haciendo para diferenciarse los unos de los otros. No haber sido filmado en la salita del SIN no basta.
Una parte del problema está en que el fujimorismo nunca hizo un verdadero deslinde en la práctica. La versión de que la candidata le transmitía a su papá quejas sobre el asesor no tiene mucho sentido, puesto que todo el tinglado de ese gobierno se asentaba sobre un andamiaje controlado por Montesinos, primera dama interina incluida.
La otra parte del problema está en que los éxitos que la candidata reclama para el gobierno de su padre no tienen manera de ser diferenciados de la intensa asesoría de Montesinos. La propuesta de que lo bueno lo hizo Alberto Fujimori y lo malo lo hizo Montesinos es, por decir lo menos, risible. Mismos ternos & corbatas, mismas actuaciones.
La diferenciación práctica entre quiénes eran gente de Montesinos y quiénes no, nunca se hizo. En parte porque no era, y todavía no es, un ejercicio fácil de realizar. En parte porque no había muchas ganas de hacerlo. El asesor, como acaba de decirlo hace poco, es el cajero privilegiado de la memoria secreta del fujimorismo.
El intento de tomar distancia de Montesinos ha obedecido al doble propósito de limpiar la imagen, es decir ganar adeptos, y mejorar las condiciones judiciales. Pero la distancia nunca fue realmente tomada, más allá de la ocasional y cuidadosa declaración al paso. Ni pensar en un comunicado de deslinde con firmas en esta campaña.
Debemos pensar, entonces, que los votos intencionales de la candidata fujimorista incorporan un porcentaje de simpatizantes del montesinismo, gente que en general sigue las propuestas de extrema derecha. Dicho de otra manera, no se pierde votos poniendo a un calificado montesinista a competir por una curul en Puno.
¿Cómo describir a esta persona? ¿Un topo montesinista que se coló por el proceso de selección? ¿Un montesinista altiplánico reformado? Cabe preguntarse cuántos más de estos hay en el organigrama fujimorista hoy, lo cual vuelve a las inminentes hojas de vida de esta lista parlamentaria documentos de particular interés.
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