sábado, 22 de enero de 2011

Estados Unidos: Lo más difícil está por llegar





Cuando, en el 2008, Barack Obama decidió postular a la Presidencia de los Estados Unidos, sobraban los escépticos. La principal de las numerosas preguntas que se planteaban sobre él era: “¿Ha logrado algo?”. (Sus defensores, solo medio en broma, respondían: “¿No fue la creación de la personalidad carismática y extraordinaria de Barack Obama un logro suficiente?”.)
 
Hoy, más de dos años después, la pregunta acerca de Obama no es tanto si no ha logrado nada sino, más bien, “si ha logrado hacer las cosas correctas” o “¿por qué no ha sido capaz de convencer al pueblo estadounidense acerca de los méritos de sus logros?”.
 
Los partidarios de Obama (si solo nos guiásemos por la cobertura de los medios no necesariamente sabríamos que, a pesar de todos sus problemas, ha mantenido un constante 45% de aprobación) sostienen que hasta el momento su presidencia ha sido un gran éxito, dadas las históricas medidas que ha llevado a la práctica. Para ellos, lo que hay es un problema de comunicación, que se ve complicado por el inconveniente de que el desempleo, en 9,6%, sigue siendo obstinadamente elevado.
 
Y tienen una amplia evidencia para apoyar su caso. Obama no solo logró la aprobación de una reforma significativa del sistema de salud. También produjo un importante paquete de estímulo fiscal (Ley de Recuperación), la regulación de Wall Street y la reforma financiera, entre otras medidas legislativas. No es un mal récord para un Presidente que fue acusado de llegar al cargo sin logros previos.
 
De hecho, podría argumentarse que, en 20 meses, Obama ha hecho cambios más radicales y progresivos que los que se hicieron en los dos anteriores gobiernos demócratas en 12 años. Como dijo a Rolling Stone la historiadora Doris Kearns Goodwin: “Cuando nos fijamos en lo que va a durar en la historia, Obama tiene más muescas en su cinturón presidencial.
 
A pesar de todas las críticas, los meses iniciales de Obama podrían ser juzgados como más impresionantes que los de cualquier otro presidente —Demócrata o Republicano— desde mediados de la década de 1960”. Como dice Norman Ornstein, un observador político afiliado al conservador American Enterprise Institute: “Si usted está indagando sobre el récord legislativo de los dos primeros años, realmente él no tiene rivales desde Lyndon Johnson —y eso incluye a Ronald Reagan”.
Y sin embargo es difícil cuestionar la interpretación de que la agenda de Obama y su actuación como Presidente sufrieron una seria reprimenda en las elecciones legislativas y estatales del 2 de noviembre.
 
Los republicanos recuperaron de modo impresionante 63 escaños y, con ello, el control de la Cámara de los Representantes, además de importantes avances en el Senado. Incluso más allá de estos logros, la energía y el entusiasmo político han estado en el lado de la oposición a Obama. ¿Por qué? Sus partidarios resaltan la horrible herencia dejada por George Bush —dos guerras impopulares, la peor crisis económica desde la Gran Depresión y la enorme deuda— que el Presidente ha manejado bien. Conceden que, a diferencia de su electrizante campaña presidencial, Obama ha tenido esta vez dificultades para conectar con el pueblo estadounidense. (¡Es probable que hubiera una conexión más fácil si el desempleo fuese de 4% o 5%!).
 
Los sectores del electorado estadounidense que se preguntan si Obama se ha centrado en los asuntos correctos y ha empujado la agenda más adecuada están en los dos lados del espectro político. Los primeros son los de la izquierda o los progresistas que esperaban que Obama no solo hubiese insistido en una reforma de salud más radical, sino que además están decepcionados de que no abordase sus temas favoritos. En este grupo algunos consideraron el estímulo fiscal demasiado modesto, otros esperaban la retirada inmediata de Afganistán, el cierre de Guantánamo o el levantamiento del embargo contra Cuba; mientras que otros se mostraron decepcionados porque Obama no presionase por una reforma migratoria integral o acabase con las restricciones para los homosexuales sirviendo en las Fuerzas Armadas.
 
Era fácil predecir que los cambios serían difíciles y que tomarían mucho tiempo, pero eso no ha ayudado a aliviar el sentimiento de decepción en este grupo. La principal fortaleza política de Obama —el hecho de que era un buque en el que todo el mundo ponía a navegar sus propias esperanzas y sueños— se ha convertido en una debilidad grave. Como comenta el historiador presidencial Douglas Brinkley: “las expectativas estaban tan por las nubes que eran imposibles de satisfacer. Obama tiene parte de la culpa de esto. La gente estaba esperando una revolución progresista. Lo que el presidente ha hecho en cambio es un valiente trabajo de mover tuercas y ajustar tornillos en el ámbito legislativo —y ha sido duro”.
 
El otro grupo está formado por los republicanos, que no votaron por Obama en el 2008, y, lo más crítico, los independientes, la mayoría de los cuales votaron por él, lo que explicó en parte su victoria. Ambos grupos se han aprovechado de un error de cálculo de la Administración Obama, acerca de que el estímulo fiscal traería una mejora de las perspectivas de empleo en el país. Que la economía continúe en problemas le ha dado combustible a la crítica de que, en vez de gastar tanto tiempo y capital político en la reforma de la salud, Obama habría sido más inteligente en concentrarse desde el principio en la creación de puestos de trabajo.
 
La oposición a Obama ha explotado astutamente esta vulnerabilidad y le ha agregado la creciente preocupación por el tamaño del déficit y por una deuda insostenible. (Curiosamente, muchos de los que en, este campo, están ahora haciendo mucho ruido por el déficit, guardaron silencio sobre el tema durante el Gobierno de Bush que, en el 2001, había heredado un superávit del Gobierno de Clinton.)
 

Tendrá que encontrar la manera de reducir el nivel de desempleo del 9.6% y, al mismo tiempo, avanzar en la reducción de la deuda y el déficit.

La expresión más notable de este descontento se puede ver en el Tea Party, que no es un partido, ni siquiera un movimiento, sino más bien un estado de ánimo que refleja la desconfianza profunda en los procesos políticos, algo que tiene una larga historia en los Estados Unidos. A pesar de ser conservador en muchos aspectos, el Tea Party no es del todo un fenómeno de extrema derecha y debe ser tomado en serio tanto por demócratas como por republicanos. Tienen mayor afinidad con los republicanos, sin duda, pero también han captado a un número importante de independientes que, para Obama, sería prudente tratar de recuperar en los próximos dos años, sobre todo con su mirada en una posible reelección en el 2012. El movimiento de los votantes independientes en los últimos cuatro años muestra que en estos días la política estadounidense es tan volátil como los mercados. En el 2006, cuando los demócratas recuperaron el control del Congreso, el 57% de los independientes votaron por los demócratas y 39% por los republicanos, mientras que en el 2010 esos números se habían invertido, con un 56% de los independientes votando por los republicanos y 38% por los demócratas. Como resultado, tanto los expertos que habían proclamado una nueva mayoría republicana en el 2004, o luego una nueva mayoría demócrata en el 2008, se equivocaron.
De hecho, sería un error interpretar los resultados de las elecciones de noviembre como un respaldo al Partido Republicano. Por el contrario, debe ser visto como producto de la ira y la frustración pública con la clase política y los intereses económicos (especialmente Wall Street) que parecen ajenos a las demandas públicas de un cambio real. Marco Rubio, el joven (39) y carismático cubano-americano electo senador republicano por Florida que fue respaldado por el Tea Party, lo entendió bien ese 2 de noviembre: “Cometeríamos un grave error si creemos que esta noche, estos resultados son de alguna manera un apoyo al Partido Republicano”.
En medio de todos sus problemas políticos, Obama puede consolarse con el hecho de que el Partido Republicano está muy dividido entre el stablishment y los insurgentes del Tea Party, dirigido por la ex candidata republicana a la Vicepresidencia (y posible candidata el 2012) Sarah Palin, que están con toda la energía y parecen decididos a cambiar “la política de siempre”. Cómo estas dos facciones se relacionan entre sí, será algo muy interesante de seguir en los próximos dos años. Obama también puede aprovechar el hecho de que los republicanos no están produciendo ideas viables para hacer frente a los problemas que están identificando. Es difícil conciliar el compromiso de reducir el déficit con el de seguir bajando los impuestos —y con dejar tal como están los ítems más costosos en el presupuesto federal, incluyendo el Seguro Social, Medicare y la Defensa. Los números simplemente no cuadran.
El ambiente político, a menudo extraño y desagradable, refleja cambios más profundos en la sociedad estadounidense y la decreciente influencia de los Estados Unidos en el mundo (como se vio en la última reunión del G-20 en Seúl, Corea del Sur). Las encuestas muestran que un número creciente de americanos creen que sus hijos no podrán disfrutar del mismo nivel de vida que ellos han tenido. Los miembros del Tea Party a menudo utilizan frases como “estamos perdiendo nuestro país y lo queremos de vuelta”. La sensación de triunfalismo o excepcionalidad americana es casi surrealista, como se ve en el discurso de aceptación de Rubio: “Los Estados Unidos son la nación más grande de toda la historia. Ocupa un lugar sin igual en la historia de la humanidad. Sin embargo, sabemos que algo no está bien”. En la campaña 2010 fue sorprendente, por ejemplo, la cantidad de anuncios de televisión que se referían al desafío económico que plantea China.
Los problemas del país son profundos y Obama, cuya inteligencia está fuera de toda duda, los entiende tan bien como el mejor. Sus tareas por delante son formidables. Tiene que explicar, con más eficacia que hasta ahora, los cambios que están ocurriendo en el mundo y la posición de Estados Unidos. También tendrá que encontrar la manera de reducir el nivel de desempleo del 9,6% y, al mismo tiempo, avanzar en la reducción de la deuda y el déficit. Es difícil ver cómo puede ser reelegido en el 2012, a menos que consiga de nuevo el apoyo de parte de los desencantados votantes independientes —pero a la vez tiene que preocuparse por mantener consigo a su propio electorado, que esperaba más de él. Para Obama, solo una cosa es cierta. Lograr todo esto en los próximos dos años exigirá el más agudo instinto político que pueda reunir, y no será nada fácil.

No hay comentarios:

Publicar un comentario